Artículo publicado por Amado Ramírez
El psicólogo clínico Amado Ramírez, uno de los profesionales de nuestra web, ha publicado un interesantísimo artículo sobre la violencia social implícita.
La necesidad de otras músicas
La violencia es una de las contradicciones más destacadas de una sociedad avanzada, que presume de bienestar, creatividad y conocimiento. Aunque nos duela sabemos que es así y tenemos que admitirlo, si queremos reducirla en algún grado.
Para ello debemos acercarnos a su estudio, con el fantaseado y utópico objetivo de desvelar las señales incipientes, que pudieran ser germen de este tipo de conductas, con la clara finalidad de reducirlas y evitarlas.
Al menos en Occidente esta época presuntamente vanguardista se ha desarrollado hacia el “exterior” merced al increíble avance científico y tecnológico, que en teoría nos ha liberado de multitud de esclavitudes, proporcionando un bien que hasta hace poco se considerada indudable y ahora a veces se cuestiona: Nos estamos refiriendo a la comodidad, que rebasado un cierto nivel se vuelve como un boomerang contra quien la practica generándole incompetencia.
Si unimos comodidad, como un valor inherente a nuestros modos de vivir, a la abundancia y al relativismo cultural, podemos encontrar acaso los orígenes de cierta superficialidad que sin duda nos obligará, en breve, a plantearse un “minimun” de crecimiento “interior” a riesgo -de no actuar así- de tener que avergonzarse del precario y -con frecuencia inexistente- desarrollo logrado en el respeto a la vida y los valores ajenos, con los que la actualidad nos sorprende cada día.
La agresión que provoca pavor, está inscrita en la historia de la especie y se constituye en injusta regidora de demasiados destinos con los que se ensaña, interrumpiendo alegrías, proyectos e ilusiones que pertenecen a esa parte íntima y digna inviolable y reverencial que cada sujeto debiera poseer, defender y cuidar. El drama se representa a diario, en los infinitos escenarios en los cuales la vida centellea y brilla, intentando apagarla y restar fulgor a la maravilla y el milagro que supone.
Cuando pensamos en violencias la cabeza se llena de imágenes: escenas salvajes entre individuos y grupos, guerras, crímenes, terrorismo, violaciones, asaltos y robos. La imaginación repasa películas, videos y noticias de telediario, con las que se atasca de miserias ese almacén que llamamos memoria y se impregna el corazón de rabia y de tristeza.
Tristemente -por negativo hábito de la rutina- este tipo de sucesos por impactantes e intensos que resulten, terminan siendo habituales, dejando así de ser sorpresivas e inquietantes. Nos hemos acostumbrado a ellos por increíble que resulte creerlo.
La costumbre adquirida de asistir al espectáculo de la violencia en diferido, permite tomar una cierta distancia del dolor, la sangre y el acoso a que nos somete la barbarie, la rabia y el resentimiento, que tala y acorrala ideas y vidas ajenas. Esas cosas les suceden a “los otros”. El pulso ciudadano se ha enfriado de tal modo ante el horror, que son aisladas las voces que se alzan exigiendo y trabajando serenamente por un mundo menos hostil.
El hombre animal manipulador por excelencia se resiste a abandonar su herramienta de acoso principal: la amenaza, la intimidación y la fuerza. Y son demasiadas las tentaciones a ejercerla, dejándose arrastrar por circunstancias, roles, poderes y ambición.
Unicamente la educación en el respeto y la convivencia impregnada de amor a la sensibilidad por la belleza puede inundar nuestro corazón de otras músicas impregnadas de compasión, cooperación y trabajo en equipo que- teñida de buenas dosis de coraje- puede paliar, reducir y eliminar esa malvada tentación, que quién la ejerce justifica. La violencia es y debe ser siempre injustificable por si misma en cualquier caso y situación. Violencia tolerancia cero.
Incluso en defensa de la propia vida, es preciso no confundir los límites donde termina la obligada protección de uno mismo y el lugar exacto donde la víctima se transforma de acosado en acosador.
Resultará crudo admitir que todos podemos ser violentos y constatar que no es sencillo controlar cada una de las infinitas provocaciones con las que a diario nos obsequia una realidad innecesariamente ruda y hostil que se defiende mucho antes de que se produzca ataque alguno, en un afán de protección que agrede de hecho .
Necesario será igualmente, percatarse de la dañina existencia otras violencias en las que probablemente pensamos con menos frecuencia y pavor y no obstante se ejercen con excesiva naturalidad consentida por todos.
Nos referimos a la que produce la ostentación, la injusticia, la banalidad, el hastío, la rutina, la falta de reconocimiento, el descrédito provocado y la mala intención que asolan el mundo del trabajo, la calle y la casa. De ahí las voces actuales que gritan ¡¡Basta!!.
Esa otra clase de catástrofes menos manifiestas -más veladas- se ejercen con el amargo sabor de sentimientos tan negativos, como la envidia, el orgullo, la prepotencia, el odio, el rencor, la humillación y la venganza.
La clave de soluciones empieza por la escuela y la familia. La educación es talismán único que aporta remedios generosos para integrar tensiones y diferencias, educando la “plastilina” que es el “alma” de un niño en la convivencia y la tolerancia, la cooperación y la compasión imprescindibles.
La conclusión, apremiante: Escasean conocimientos para la vida. Sobra memoria, datos… información. Precisamos desarrollar la atención y la perspicacia para interpretar sentimientos y emociones distintas, conflictivas, tensas, con el fin de establecer diálogos transformadores que instauren bases suficientes para hacer menos triste y más habitable el planeta.
Amado Ramírez Villafáñez. (*)
(*)Psicólogo clínico y escritor
Co-autor del libro: “El malestar de los jóvenes” (2008). Madrid Editorial Diaz de Santos