Bruce en Sevilla, autenticidad y convicción para unos tiempos inciertos

Bruce en Sevilla, autenticidad y convicción para unos tiempos inciertos

por Daniel G. Rojo

En un momento de incertidumbres y decepciones, en el que los ideales se desmoronan y la esperanza cotiza a la baja, Bruce Springsteen demostró en Sevilla el pasado día 13 de mayo, con el vibrante arranque del tramo europeo de la gira Wrecking Ball, que es más probable encontrar convicción, autenticidad y consuelo en una canción y sobre un escenario que en cualquier programa político, tribuna o púlpito, sean de donde sean.

A lo largo de 27 canciones y casi tres horas de espectáculo, Springsteen desplegó todo la magia del rock’n’roll, el dominio absoluto de los resortes de un repertorio que abarca 40 años de carrera y 17 discos de estudio, y la capacidad para sacar lo mejor de unos músicos, la E Street Band, que si siguen en esto es porque quieren y les gusta, y no por ganar un dinero que a estas alturas les sobra.

Quizá por eso, porque el seguidor de Bruce sabe que él no está ahí por la pasta sino por el rock, porque lo suyo es ponerle letra y música a las miserias y las alegrías de la vida cotidiana, como hicieran antes que él Hank Williams, Woody Guthrie o Pete Seeger, sus conciertos siguen llenando, atrayendo a un público de todas las edades que se rinde ante el poder de su ‘iglesia invisible’, cuya liturgia tiene para sus fans más poder que la de cualquier libro sagrado.

Springsteen llenó el Estadio Olímpico de La Cartuja, da igual si faltaron 5.000 entradas para colgar el cartel de ‘no hay billetes’ o no, con una pasión inagotable y una fuerza impropia de un veterano de 62 años y de muchos músicos con 30 menos. El repertorio contó, como es habitual, tanto con grandes éxitos como con canciones antiguas no tocadas con asiduidad, pero también con ocho de los once temas que componen su nuevo trabajo, ‘Wrecking Ball’, lo que demostró la perfecta simbiosis de estos con los anteriores -algo que no consiguió ni con ‘Magic’ ni con ‘Working on a Dream’-, como si todo formara parte de un conjunto, con un único hilo narrativo y conceptual, pero no musical, que comenzó en 1978 con la exploración de la cara oscura del sueño americano en su ‘Darkness on the Edge of Town’.

Precisamente con un tema de ese álbum, ‘Badlands’, interpretado con un garra igual a la de entonces, arrancó el recital de La Cartuja, en el que Bruce se esforzó por introducir alguna de sus canciones en español -trascrito fonéticamente en una hojas que le pegaron sobre el escenario-, una de las cuales, ‘Jack of all Trades’, la más triste y descarnada del último disco, dedicó a “los indignados del 15M”, rito que repitió en Canarias y Barcelona.

El repertorio completo de esa noche mágica en Sevilla, con los termómetros rozando los 40 grados y la cerveza evaporándose de los cachis y las gargantas, está disponible en muchas páginas de internet, por lo que no tiene sentido desgranarlo aquí. Baste decir que la guitarra de Nils Lofgren brillo como el oro en ‘Because the Night’, que Michelle Moore no decepcionó en ‘Rocky Ground’, que Jake Clemons es un digno sucesor de su tío -atención a esos solos de saxo que jalonaron la noche y que prometen mucho- y que la sombra de ‘The Big Man’ planeó durante toda la velada y no sólo en el homenaje de ‘Tenth Avenue Freeze-Out’, cierre de un brillante concierto con el que, una vez más, Springsteen rubricó su idilio con el público español… Y ya van tres décadas.

Y de este último qué decir… pues que la audiencia reunida en La Cartuja se dividió claramente en dos bandos: el de los que estaban allí por asistir al enésimo ‘evento del año’, sin importarles mucho lo que estaba ocurriendo más allá de dar cuatro gritos puntuales en las canciones más conocidas, y el de los fans, jóvenes y mayores, nuevos y veteranos, que asistían emocionados a una nueva eucaristía oficiada por este predicador del rock’and’roll que un buen día decidió cambiar los neumáticos de su Cadillac por alas y volar hasta lo más alto de la música sin rendirse jamás.